Primero vamos a compartir la siguiente historia:
Cuentan que un hombre ya mayor se retiró un buen día a vivir en soledad, en lo más alto de una montaña. Hasta allí acudían muchas personas que querían consultar alguna cosa, pero el ermitaño
siempre decía estar ocupado.
Un buen día, un caminante le preguntó:
– No veo que tengas nada a qué dedicarte. No tienes más que tu ropa y una cama hecha con hojas de los árboles. ¿En qué inviertes todo el tiempo? ¿Por qué dices estar tan ocupado?
El anciano se volvió y respondió con serenidad:
– Tengo muchos animales que cuidar y vigilar. Tú no los ves, pero debo entrenar dos halcones y dos águilas, tranquilizar constantemente a dos conejos, disciplinar a una serpiente, motivar día tras día a un burro y domar a un fiero león…
– Pero, ¿dónde están todos esos animales?-
volvió a preguntar el hombre.
– Dentro de ti- dijo el ermitaño señalando con su dedo al visitante- Y dentro de mí…
Ante la cara de asombro del hombre,
el ermitaño le explicó:
– Mis dos halcones se lanzan sobre todo lo que ven, son muy curiosos, pero debo impedir que se lancen sobre lo malo y se queden solo con lo bueno. Son mis ojos. Y las águilas tienen unas garras muy poderosas. Podrían hacer mucho daño, por eso debo entrenarlos para que no hagan mal a nadie… son mis manos.
Y sí, mis dos conejos son muy asustadizos.
En cuanto se encuentran con una dificultad,
intentar dar media vuelta o buscar un camino alternativo para no enfrentarse al problema.
Se ponen muy nerviosos, y
debo tranquilizarlos. Son mis pies.
Ahora bien, el animal que más quebraderos de cabeza me trae es la serpiente… la tengo encerrada en una jaula, y en cuanto sale de ella, intenta morder a
alguien ante el menor descuido. Tengo que tener mucho cuidado porque su
mordedura es venenosa… Es mi lengua.
El pobre burro anda todos los días quejándose.
Es muy tozudo porque dice estar cansado y tengo que convencerle cada día de que puede seguir con su trabajo. Es mi cuerpo. Y por último, pero no menos importante… está el león. Es muy fiero y cuesta domesticarlo. Llevo años intentándolo, pero en cuanto creo que ya está conseguido, vuelve a rugir con fuerza. Es vanidoso y siempre piensa que es el rey.
Es mi ego. Ya ves, no me queda tiempo para nada más… por eso estoy tan ocupado.
Una de las enseñanzas de esta historia es la siguiente, es necesario invertir tiempo en leer la palabra y orar para poder ver el fruto del Espíritu en nuestra vida.
Jesús lo dijo de esta forma en la parábola del sembrador, Lucas 8:15
15 Mas la que cayó en buena tierra, estos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.
Así como apartamos tiempo para la familia,
los amigos, para trabajar, descansar y divertirnos,
es necesario apartar cada día tiempo para leer la palabra, al hacerlo debemos pedir a Dios que nos alumbre el entendimiento.
Para finalizar vamos a la siguiente promesa
de Dios para nuestra vida en Efesios 3:20
Y a Aquel que es poderoso para hacer todas
las cosas mucho más abundantemente
de lo que pedimos o entendemos,
según el poder que actúa en nosotros